LA PRIMERA GUERRA CARLISTA EN LA SIERRA DE SEGURA (1833-1839)

Aproximación a la Primera Guerra Carlista en la Sierra de Segura (1833-1839), por Carlos Javier Garrido García.

 

Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII.

La Primera Guerra Carlista

Desde 1713, por decreto de Felipe V, regía en España la denominada «Ley Sálica», que limitaba la descendencia femenina en la corona española. El último monarca absoluto español, Fernando VII, a la altura de 1829 no tenía descendencia, pese a sus tres matrimonios. Por tanto, el heredero a la corona era su hermano, Carlos María Isidro.

La crisis en la que se hallaba la monarquía, como consecuencia de las destrucciones provocadas por la Guerra de Independencia (1808-1814) y por la pérdidas de las colonias de la América continental, definitiva tras la batalla de Ayacucho en 1824, llevaron al rey Fernando VII a establecer medidas de reforma económica liberalizadoras, que no fueron del agrado de los absolutistas más acérrimos, que se agruparon en torno al príncipe heredero, Carlos María Isidro.

La situación sucesora cambió a partir de 1829. Ese año, Fernando VII se casó con su sobrina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, que pronto quedó embarazada. Para asegurar que su hijo, independientemente de su sexo, pudiera heredar la corona, Fernando VII apruebó en marzo de 1830 la Pragmática Sanción, que anulaba la Ley Sálica y volvía a establecer el sistema de herencia tradicional castellano, que permitía la descendencia femenina en la corona. En octubre de 1833 nació Isabel, que se conviertió en la princesa heredera de la corona.

Esta decisión fue mal aceptada por Carlos María Isidro, que consideraba la Pragmática Sanción como ilegal. Por ello, cuando muere Fernando VII a finales de septiembre de 1833, Carlos María Isidro no acepta la coronación de su sobrina Isabel y se autoproclama rey con el nombre de Carlos V. Frente a ello, los derechos de Isabel son defendidos por su madre, María Cristina, que se convierte en reina-regente ya que su hija tiene en ese momento solo 3 años.

María Cristina de Borbón, regente entre 1833 y 1840.

Se inicia así una guerra civil, que es a la vez un conflicto sucesorio e ideológico. Así, los carlistas defienden tanto los derechos a la sucesión de Carlos María Isidro como el mantenimiento del Antiguo Régimen (monarquía absoluta, sociedad estamental y confesionalidad católica del Estado), consiguiendo el apoyo de pequeños y medianos propietarios y de parte del bajo clero; mientras que los cristinos o isabelinos defienden tanto los derechos dinásticos como un nuevo régimen liberal. Esta última postura es defendida tanto por la burguesía, de ideas liberales, como por gran parte de la nobleza y del clero, que entienden que las reformas son necesarias debido a la crisis de la monarquía, y por las clases bajas urbanas y rurales que tienen esperanzas de que las reformas mejoren sus condiciones de vida.

Mapa sobre el desarrollo de la I Guerra Carlista. Fuente: Distrito Único Andaluz.

Como podemos ver en el mapa adjunto, el carlismo consigue amplio apoyo popular en el norte de la Península Ibérica, mientras que los isabelinos dominan el centro y sur peninsular. Esto se debe a la diferente estructura de la propiedad existente en ambas zonas: en el norte predominan los pequeños y medianos propietarios, que se decantan por opciones conservadoras, muy influenciados por el clero rural, mientras que en el centro y sur predominan los grandes latifundios trabajados por jornaleros, decantándose estos últimos por posturas reformistas o revolucionarias con la esperanza de mejorar su situación.

Por otra parte, los isabelinos dominan el medio urbano de todo el país, incluido el norte peninsular, ya que en las ciudades se asienta la burguesía, que opta por posturas liberales.

En el norte de España, los carlistas dominan las denominadas regiones forales, es decir, regiones en las que había fueros (es decir, leyes e instituciones propias y diferentes a las del resto del país), como era el caso de las provincias vascas y de Navarra, o los había habido hasta los decretos de Nueva Planta aprobados por Felipe V entre 1707-1716, que los suprimieron, sustituyéndolos por las leyes castellanas y un estado centralista, que era el caso de Cataluña, Aragón y Valencia. Todas estas regiones temen el liberalismo, ya que este defendía un estado centralista y la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos, y prefieren el antiguo régimen, en el que se defendía la existencia de fueros o leyes particulares para cada estamento o para cada territorio.

Esta división de España en zonas carlistas e isabelinas muestra la ventaja del segundo de estos bandos, ventaja que se ve acompañada por su mayor apoyo internacional, al conseguir la ayuda de Portugal, Francia y Gran Bretaña, frente al apoyo, más moral que real, que las monarquía absolutas de Rusia, Austria y Prusia prestan al bando carlista.

Como consecuencia de esta inferioridad, el bando carlista optó por la utilización de la táctica de guerrillas, formando «partidas» guerrilleras, a las que las fuentes isabelinas denominan como «facciosas», es decir, grupos que se dedicaban a realizar rápidos ataques y robos para desestabilizar la retaguardia del enemigo. Sólo en las zonas con amplio apoyo popular carlista se pudieron formar verdaderas unidades militares, como las organizadas por Zumalacárregui en las provincias vascas y Navarra y por Cabrera en el Maestrazgo.

La guerra se desarrolla en dos fases principales. Entre 1833 y 1836 los carlistas consiguen dominar amplias zonas rurales del norte, avance favorecido por los conflictos internos en el bando isabelino entre moderados y progresistas, que acaban llevando al poder a estos últimos gracias al pronunciamiento de La Granja en agosto de 1836. La táctica carlista se centra en los intentos de ocupar Bilbao, que fracasan en 1835-1836 debido a su derrota en la batalla de Luchana, en la que muere Zumalacárregui, y en el hostigamiento de las partidas carlistas. En cuanto a estas últimas, su desarrollo en Andalucía es bastante escaso, destacando en todo caso zonas montañosas como Sierra Morena y la Sierra de Segura, en las que actuaron pequeños grupos locales o, sobre todo, procedentes de La Mancha.

A partir de 1836 se produce un dominio de los isabelinos, gracias a su superioridad militar, a la estabilidad política de este bando y a los fondos procedentes de la venta de los bienes desamortizados al clero regular a partir de enero de 1836 por Mendizábal. Ante ello, el bando carlista intenta extender el conflicto a la retaguardia isabelina a través de expediciones, como la del general Miguel Gómez, que entre junio y diciembre de 1836 recorre buena parte de España intentando provocar levantamientos carlistas en la zona liberal; la del mismo Carlos María Isidro, que entre mayo y septiembre de 1837 intenta atacar Madrid después de pasar por Aragón, Cataluña y el Maestrazgo; y la del general Tallada, que entre enero y marzo de 1838 realiza una expedición por Andalucía Oriental. Del mismo modo, se acentúa la actuación de las partidas carlistas en la retaguardia isabelina, tratando de desestabilizarla.

El fracaso de todas estas expediciones y la limitada actuación de las partidas hicieron que gran parte del bando carlista perdiera las esperanzas de victoria y optara por la negociación. Esta acaba fructificando en agosto de 1839 en el Abrazo o Convenio de Vergara, suscrito por el general carlista Maroto y el general liberal Espartero. Por este acuerdo, las tropas carlistas del norte aceptan a Isabel II como reina a cambio de su incorporación al ejército nacional con la misma graduación y del mantenimiento de los fueros de las provincias vascas y Navarra. El general Cabrera no aceptó el acuerdo, manteniendo la resistencia en el Maestrazgo hasta su definitiva derrota en mayo de 1840.

«Abrazo de Vergara», con el que acaba la guerra en agosto de 1839.

Con todo ello acaba la I Guerra Carlista, dura guerra civil que provocó enormes pérdidas humanas y materiales y, en el aspecto político, supuso la consolidación del régimen liberal en España y originó una de las características de la Historia de nuestro país hasta fechas recientes: la constante participación de los militares en su vida política.

La Sierra de Segura a principios del siglo XIX

La Sierra de Segura contaba con una estructura social que, en principio, podía favorecer el apoyo a la causa carlista, ya que era una zona poco poblada, con fuerte presencia del bajo clero y con una clase media agraria de pequeños y medianos propietarios destacada, que compensaba la también fuerte presencia jornalera.

Plano de la Sierra de Segura en 1872.

Tomando como ejemplo la villa de Siles, que ya fue objeto de estudio por nosotros en otra parte (GARRIDO, 2018), según el Censo de Floridablanca de 1787 tenía 1.352 habitantes. En cuanto a su estructura socioprofesional, dejando aparte a los menores y sin profesión especificada (1.020 personas), destacaban los siguientes sectores (INE, 1987: 454):

  • Clero: 10 (1 cura, 3 beneficiados, 2 sacristanes, 2 acólitos, un ordenado a título de patrimonio y un síndico de órdenes religiosas)
  • Artesanado: 66 (64 artesanos y 2 fabricantes)
  • Empleados públicos y profesiones liberales: 12 (1 escribano, 4 estudiantes, 2 comerciantes, 4 empleados con sueldo real, 1 dependiente de cruzada y 2 demandantes).
  • Empleados asalariados: 53 (53 criados). 
  • Sector primario: 189 (126 labradores, 63 jornaleros).

Como se puede ver, en la localidad tenían un peso importante el clero, el artesanado y los pequeños y medianos campesinos. Frente a ellos, el peso de jornaleros y criados no era nada despreciable. En esencia, y pese a que los datos pueden dar una falsa apariencia de importancia de los sectores secundario y terciario, la economía descansaba en una economía agraria de subsistencia. De hecho, hay que tener en cuenta que muchos empleados públicos, profesiones liberales y artesanos eran en realidad también agricultores y los criados, además de las tareas domésticas, eran empleados en las labores agrarias.

Además del clero rural en cada localidad, en nuestra zona había que tener también en cuenta la presencia del clero regular. Me estoy refiriendo al Monasterio de Nuestra Señora de la Peña de Orcera, de Franciscanos Observantes, que según el Censo de 1787 contaba con los siguientes miembros: 11 religiosos (8 profesos y 3 legos) y 4 seglares (1 donado y 3 criados) (INE, 1987: 463).

Sin embargo, la situación socioeconómica de la Sierra de Segura tenía caracteres singulares que la hicieron decantarse mayoritariamente por el bando isabelino. Me estoy refiriendo al control que sobre la zona ejerce el Estado a través, desde 1734, del Real Negociado de Maderas de Sevilla, y, desde 1748, de la Provincia Marítima de Segura de la Sierra, entidad esta última encargada de la explotación de los montes destinada al suministro a la Marina Real, en detrimento de los usos madereros, agrarios y ganaderos de los habitantes de la zona (CRUZ, 1981; RUIZ, 2009).

En las sociedades preindustriales, en los que la ausencia de innovaciones e inversiones evitaban que creciera la productividad, la única manera de crecer económica y demográficamente, era a través de un aumento de la superficie cultivada o en una explotación de los recursos más intensa, en el caso del bosque los usos ganaderos o forestales. El hecho de que la Provincia Marítima evitara todo esto provocó que la zona sufriera un acusado estancamiento demográfico y económico. Así, si en 1755 Siles tenía 280 vecinos (GILA, p. 233), es decir, familias; en 1803 la población sólo habían subido a 300 vecinos (EXPEDIENTE, p. 20-21).

En este contexto, se comprende, que más allá de las tendencias ideológicas, la población serrana viera con buenos ojos al nuevo régimen liberal, que desde sus orígenes en las Cortes de Cádiz había ido dictando normas para la supresión de la Provincia Marítima, en un proceso descrito en su día por el sileño Juan de la Cruz Martínez (MARTÍNEZ, 1842: pp. 92-95). 

Las Cortes de Cádiz, el 14 de enero de 1812, decretaron el fin de la Provincia Marítima, ante lo cual, «los pueblos respiraron… y creyendo… que los arbolados eran la causa de su desventura hicieron asombrosos destrozos en los bosques, talaron, quemaron y allanaron». Sin embargo, el retorno al absolutismo al volver Fernando VII al trono en 1814, supuso el restablecimiento de la Provincia. Volvió a ser suprimida de nuevo durante el Trienio Liberal, en 1821, aunque de nuevo fue repuesta al recuperar el rey su poder absoluto en 1823. Como indica Martínez, «desde esta época, puede decirse que estos establecimientos de Marina y Negociado abandonaron el tráfico de maderas, pero no abandonaron el abuso y excesos de enjuiciamiento y administración» en perjuicio de los vecinos. Finalmente, la nueva ordenanza de montes de 1833 suprimió la Provincia, supresión que no se hizo efectiva hasta agosto de 1836. Ya desde 1833, el control estatal sobre el monte se relajó, lo que tuvo como efecto que los «pueblos se lanzaron con avidez al camino que anteriormente habían trillado. Hubo destrozos grandes, se reconocieron multitud de propietarios… los Ayuntamientos, los particulares, todos se persuadieron que la hora de destruir los montes había sonado, y así fue que las talas y cortas de árboles» fueron «asombrosas, sin exageración», situación que, pese a los esfuerzos de los encargados de montes, se seguía manteniendo cuando Martínez publica su libro en 1842.

La relajación, primero, y la desaparición, después, del control estatal debido al contexto bélico (Guerra de Independencia entre 1808 y 1814 y Primera Guerra Carlista entre 1833 y 1839) y a la supresión de la Provincia Marítima en 1833-1836 permitió ampliar la tierra cultivada e intensificar los aprovechamientos madereros y ganaderos en la Sierra, lo que se tradujo en un fuerte crecimiento demográfico. Así, si en 1803 Siles tenía, como ya hemos visto, 300 vecinos, estos se habían elevado a 502 en 1837 (MARTÍNEZ, 1842) y a 524 en 1849 (MADOZ, 1849: p. 397).   

La Primera Guerra Carlista en la Sierra de Segura

Las partidas carlistas tuvieron un escaso desarrollo en Andalucía, destacando solo zonas como Sierra Morena y la Sierra de Segura, en las que, a las escasas partidas locales, se sumaron las de la cercana La Mancha, región en las que sí tuvieron una importancia destacada (BULLÓN, 2002: pp. 289-290). En cualquier caso, su actuación fue bastante limitada hasta 1836 (GARCÍA, 2007), gracias, en parte, al efecto animador que supuso la ya citada expedición del general Miguel Gómez.

En la Sierra de Segura el apoyo al carlismo, por las razones ya citadas, se limitó a grupos minoritarios, por lo que la consecuencia principal de la guerra en nuestra zona fue la actuación de partidas guerrilleras con pocos miembros y en su mayoría de procedencia exterior. Pese a ello, entre 1836 y 1838 su incidencia en la zona fue muy destacada, generando una fuerte inseguridad y perjudicando a la población local con sus constantes peticiones de dinero y suministros (raciones) y sus acciones de saqueo.

Desde el inicio del conflicto, la zona se muestra favorable al bando isabelino. Así, sólo poco más de un mes después de la muerte de Fernando VII (producida el 29 de septiembre de 1833) se realiza en Segura de la Sierra la proclamación de la nueva reina Isabel y de su regente María Cristina. Como informa la «Gaceta de Madrid», precedente del actual BOE, el día 19 de noviembre «con toda la solemnidad que ha podido esta villa ha levantado pendones por Su Majestad la Reina nuestra Señora…, y después el ayuntamiento y autoridades con todas las personas de distinción pasaron al sagrado templo, donde se cantó un Te Deum en acción de gracias» (GACETA, 18/1/1834).

Cabecera del primer número de la «Gaceta de Madrid» (1834).

La llegada a las cercanías de la Sierra de Segura de la expedición del general Miguel Gómez en 1836 va a ser el detonante de la actuación de la guerrilla en la zona. Gómez se encontraba ya en Albacete el 16 de septiembre. El día 22 de ese mes entra en la provincia de Jaén por Montizón y Chiclana de Segura, al día siguiente entra en Villanueva del Arzobispo y el día 24 pasa por Villacarrillo, Torreperogil y Úbeda con dirección a Córdoba (VALLADARES, 1988).

Dos meses después del paso de la expedición, en noviembre de 1836, se producen las dos primeras actuaciones guerrilleras carlista en nuestra zona. Así, como nos informa Juan de la Cruz Martínez, «la gavilla de latro-facciosos capitaneada por Peñuela, quemó el día 9 de Noviembre de 1836 el apreciable archivo del ministerio de Marina», que estaba en Orcera (MARTÍNEZ, 1842: p. 94). 

Pocos días después, las partidas carlistas vuelven a hacer acto de presencia, tal y como nos informa un documento del Archivo Histórico Nacional. En el mismo, el alcalde interino de Orcera informaba a la Comandancia general de la Provincia de Jaén de la entrada en su localidad, y en la de Segura, los días 27 y 28 de noviembre de 1836 de una partida carlista de 28 miembros, exigiendo raciones y dinero, saqueando la casa del regidor Rodríguez y otras y que asesinó en Segura de la Sierra a Jacinto Toledo, comandante de armas de la localidad. Tras ello, la partida se desplazó hacia La Puerta y posteriormente «hacia Andalucía» (AHN). El informe, fechado el día 29 de noviembre, dice así:

«En esta madrugada del 27 del corriente como a las 1 y 1/2 llegó el regidor constitucional Antonio Rodríguez al quarto donde me hallaba durmiendo y despertándome me dijo: <Ay se queda la jusrisdición> y me dejó el bastón, marchándose precipitadamente. Como yo no tenía antecedentes de que se me había de conferir este encargo, del que estaba muy distante, me sorprendió; y soñoliento y atolondrado me vestí y saliendo a la calle oygo tropel de caballos y me encuentro con la descubierta que se hallaba en la puerta del alcalde constitucional D. Antonio Vizcaíno, que lo estaban buscando con mucha diligencia. Al acercarme se vienen a mí a la luz de la luna pidiéndome 150 raciones y sin separarse de mí un momento hasta después de amanecido estuvieron vagando por el pueblo como unos 28 facciosos que destrozaron la casa del patriota y regidor Rodríguez y otras varias. Retirándose la mayor parte supe que otra descubierta se hallaba en Segura, y sin dejar en todo el día de entrar y salir afligieron al pueblo con sus malas amenazas y saqueos. Se remitieron las raciones de su orden a Segura y el 28 me pidieron 2.000 reales amenazando llevarse presos dos del Ayuntamiento y saquear el pueblo. Quando bajaban de Segura salí como dos tiros de fusil del pueblo a persuadirlos de la imposibilidad de satisfacer su pedido por la extrema pobreza de este vecindario y satisfechos de esta verdad tomaron el camino a la Puerta, donde permanecieron aquella noche, pero sin faltar de este pueblo algunos, haciendo destrozos. Supe ciertamente haber asesinado en la rambla de Segura al Comandante de armas D. Jacinto Toledo. Y ahora a las 3 de la tarde me avisan marcha la facción hacia Andalucía».

A partir de principios de 1837 la comarca sufre las actuaciones de la partida carlista dirigida por Isidoro Ruiz, al que acompañaron algunos serranos, como el cura de Segura de la Sierra. Esta partida desarrolló sus actuaciones en La Mancha y, esporádicamente en la Sierra de Segura. Así, el 23 de enero de 1837 el capitán general de Granada informaba de haber efectuado «una correría por la Sierra de Segura y Cazorla… con el objeto de perseguir la facción acaudillada por Isidoro Ruiz, y al mismo tiempo revisar los destacamentos y conocer el espíritu de los pueblos y reanimarlos a favor de la justa causa» (GACETA, 11/2/1837).

Durante su actuación en la Sierra, esta partida realizó varios robos, entre ellos en las iglesias de Siles y Segura de la Sierra, escondiendo su botín en una cueva. Los bienes pudieron finalmente recuperarse gracias a la declaración de uno de sus miembros fusilado en Segura el 21 de julio. El informe oficial, emitido por la Capitanía general de los reinos de Granada y Jaén dice así (GACETA, 16/9/1837):

«También por declaración de un faccioso fusilado en Segura el día 21, se han encontrado en su Sierra y en la cueva nominada del Silencio, los efectos expresados a continuación, de los que he mandado devolver a las iglesias parroquiales de dicha villa y de Siles los vasos sagrados y ornamentos, pues les fueron robados por el infame Ruiz y sus secuaces que tan falsamente se titulan defensores de la Fe, y que el relox de sala sea entregado a su dueño…

Efectos aprehendidos:

Cajón 1º: Una cruz de plata grande con una efigie de nuestra Señora del Rosario, y en el reverso Santiago. Un cáliz con la copa de plata y el árbol y pie de platina. Una patena de plata. Una cucharita de id. Dos vinajeras de plata labrada con un plato de id. Un ornamento para celebrar, de color blanco con visas moradas. Unos manteles de altar. Un hostiario de hoja de lata con diez hostias.

Cajón 2º: Un relox de sobremesa de música con llave para darle cuerda. Un copón completo de plata labrada. Un cáliz de plata. Tres patenas de plata. Una cucharita de id. Un paño de altar sucio usado. Una manta usada de color y varios trapos que resguardaban el relox. Veinte y seis escopetas. Un cañón de id. y un fusil español.

Cuyos efectos se reconocieron a presencia de varios oficiales y del alcalde constitucional y cura párroco del pueblo de Hornos».  

Finalmente, el 22 de julio de 1837 fue sorprendida en Villapalacios (Albacete) esta partida, compuesta de 12 caballos y 27 infantes, por las tropas isabelinas, dirigidas por D. Genaro Selva, «subteniente comandante de la columna de la izquierda de Sierra Segura», acompañado de una fuerza de 23 caballos y 37 infantes, muriendo en el enfrentamiento 21 «facciosos, entre ellos el cura de Segura de la Sierra» (GACETA, 28-29/7/1837).

Pocos días antes, actuó en la comarca otra partida, comandada por Morillas, que en julio de 1837 «con unos 40 ó 50 hombres, desde sus escabrosas guaridas de las sierras de Segura, ha invadido en estos días las poblaciones de Genabe, Torres de Albanchez, Lapuerta y Beas: de la primera se llevó una yegua; en la última exigió camisas y pantalones; y en todas raciones» (GACETA, 31/7/1837).

En noviembre de 1837 se nota de nuevo la actividad de las partidas en la Sierra, en este caso la comandada por Palillos. El día 13 de ese mes, el capitán isabelino D Luis Lisón, «comandante de la derecha de la línea de Sierra Morena», salió de Orcera «en persecución de unos facciosos» que se hallaban en La Puerta, alcanzándolos «en el sitio llamado Arroyo del Herrero, después de haber caminado tres leguas al trote, y les dispersó cogiéndoles una yegua, cuatro caballos y varios efectos, habiendo muerto a un faccioso y hecho prisionero a otro que fue luego fusilado, manifestando antes de morir que se llamaba Juan Ayuso, que era ayudante de Palillos y que el muerto en el campo era hijo suyo». Si la partida no fue totalmente capturada fue debido a que «el ama del cura González… dio noticia a los mencionados facciosos de que iba tropa en su persecución, por cuya causa no cayeron todos en poder del expresado capitán Lisón». En consecuencia, el capitán general había dado orden «a la justicia de Ibros para que sea presa y trasladada a la villa de La Puerta… y que en la villa sufrirá la última pena con arreglo a los bandos que en aquellos cantones rigen» (GACETA, 10/12/1837). Como vemos, se intentaba mediante penas extremas (la de muerte) evitar que las partidas pudieran encontrar apoyo popular en su zonas de actuación.

A principios de 1838 la amenaza no proviene de las partidas guerrilleras, sino de la expedición realizada por el general carlista Antonio Tallada, que a partir de enero de 1838 intentó, con un ejército de cuatro batallones, tres escuadrones y una sección de artillería, ocupar Andalucía procedente desde Cuenca. Tras pasar por Alcaraz, fue derrotado en Baeza, tomando camino hacia el sur de la provincia. El día 7 de febrero de 1838 de ese mes, tropas isabelinas, formadas por 6 batallones y un escuadrón ligero, salen de Quesada con dirección a Cazorla para repeler a las tropas carlistas que habían entrado en la localidad. Sin embargo, estas huyeron «atravesando la sierra por la garganta que llaman de la Losa, en dirección a Bujaraiza», siguiendo posteriormente «la dirección de Segura de la Sierra, con designio sin duda de volver a Valencia». En su huida, las tropas carlistas perdieron «más de mil hombres, entre muertos, heridos, prisioneros y pasados», es decir, desertores, «estos continúan presentándose a cada momento». Además, «se han recogido gran número de fusiles y demás efectos de guerra que quedaron en el campo para que puedan utilizarse en el cuerpo de reserva» (GACETA, 20/2/1838).

Sin embargo, Tallada no volvió a Valencia sino que marchó a las provincias de Almería y Granada. Así, hasta finales de febrero es perseguido por el general liberal Sanz por Oria y Urrácal (Almería) y por Baza y Benamaurel (Granada), dirigiéndose «en la mayor dispersión hacia la Sierra de Segura» (GACETA, 9/3/1838). La situación el ejército de Tallada era lamentable, ya que en Benamaurel tenía «su gente cansadísima y en muy mal estado», acusándolos los liberales de que «no saben mas que robar y correr» (GACETA, 10/3/1838). El 27 de febrero de 1838 fue derrotado en Castril (Granada): «Su artillería, caballos, armas, todos sus efectos de guerra y más de 1.000 prisioneros han caído en nuestro poder. Tallada, medio desnudo, se salvó a favor de la oscuridad de la noche. Los restos materiales de sus gigantescas esperanzas vagan fugitivos sin armas, llenos de espanto, perseguidos en todas direcciones por la Milicia Nacional» (GACETA, 10/3/1838). Tallada fue apresado en Barrax (Albacete) en marzo de 1838 y fusilado.

Finalmente, la guerra termina el 31 de agosto de 1839 con el Convenio de Vergara. La paz es acogida por el país con enorme alivio. El 26 de septiembre de 1839 el Ayuntamiento de Beas de Segura dirige un escrito a la regente María Cristina «para felicitarle por los fastuosos sucesos del Norte», es decir, por la firma del convenio, añadiendo: «Este feliz desenlace… ha hecho se entreguen los habitantes de esta villa al júbilo más cumplido, principiando la reconciliación; y abrazándose cordialmente festejan el llegado día de la paz». El documento es firmado por los alcaldes Juan Antonio Montoya y Manuel Frías; los regidores Agustín Talen, José López de Quadros, Marcos de Quadros, José Niño, Bartolomé Gómez y Francisco Hornos; el procurador síndico, Roque de Frías; y el secretario de la corporación, Vicente Berrio Torrero (GACETA, 17/10/1839).

Fuentes y bibliografía

  • ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL (AHN), Diversos-Colecciones, legajo 205, nº 32. Oficio informando sobre la entrada de una partida carlista en la localidad jiennense de Orcera del año 1836.
  • BULLÓN DE MENDOZA, Alfonso (2002): La Primera Guerra Carlista. Tesis Doctoral. Madrid: Universidad Complutense.
  • CRUZ AGUILAR, Emilio de la (1981): “La provincia marítima de Segura de la Sierra”. Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 107, pp. 51-82.
  • EXPEDIENTE (1825): Expediente sobre el régimen y administración de los montes de Segura de la Sierra y de su Provincia. Madrid: Imprenta de Miguel de Burgos.
  • GACETA DE MADRID (GACETA), números 9 (18/1/1834), 799 (11/2/1837), 970 (23/7/1837), 971 (29/7/1837), 986 (31/7/1837), 1020 (16/9/1837), 1107 (10/12/1837), 1180 (20/2/1838), 1200 (9/3/1938), 1201 (10/3/1838), 1803 (17/10/1839).
  • GARCÍA SÁNCHEZ, Adelaida (2007): «La Diputación Provincial de Jaén, en 1838, ante la Primera Guerra Carlista». Elucidario, 3, pp. 397-399.
  • GARRIDO GARCÍA, Carlos Javier (2018): «La villa de Siles en el siglo XVIII: su evolución sociodemográfica y económica».
  • GILA REAL, Juan Antonio (1998): “La Sierra de Segura en el Catastro del Marqués de la Ensenada”. Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 168, pp. 191-364.
  • INE (1987): Censo de 1787. Floridablanca. Tomo 1: Comunidades Autónomas Meridionales. Madrid: INE.
  • MADOZ, Pascual (1849): Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar. Tomo XIV. Madrid: Madoz-Sagasti.
  • MARTÍNEZ, Juan de la Cruz (1842): Memorias sobre el partido judicial de Segura de la Sierra. Baeza: F. Moreno.
  • RUIZ GARCÍA, Vicente (2009): De Segura a Trafalgar. Úbeda: El Olivo.
  • VALLADARES REGUERO, Aurelio (1988): «Pío Baroja y Jaén a través de la figura del general Gómez». Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 135, pp. 89-108.

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