EL MORISCO HERNANDO EL HABAQUÍ
Hernando el Habaquí pasó de ser el alguacil de Alcudia de Guadix a convertirse en representante de los moriscos del reino de Granada en 1567 y en uno de los máximos dirigentes de la rebelión morisca de 1568-1570. Este es un extracto de mi artículo: “Entre el colaboracionismo y la rebelión: el morisco Hernando el Habaquí”, publicado en la revista Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos (Sección Árabe-Islam), nº 63 (Universidad de Granada, 2014), pp. 45-64.
UN MIEMBRO DE LAS ÉLITES MORISCAS
Lo único que se conoce de Hernando el Habaquí antes de 1568 es que era el alguacil de Alcudia, una pequeña localidad situada en el valle del Zalabí a seis kilómetros al sur de Guadix. Este valle, como la mayor parte del medio rural de la zona oriental del reino de Granada, tenía una abrumadora mayoría de población morisca, ya que al ser ocupada por los castellanos en 1489 no fue objeto de repartimiento. Así, en 1568 Alcudia tenía 76 vecinos moriscos y 6 cristianos viejos, mientras que en el resto de localidades del valle todos sus vecinos eran moriscos: los 25 de Exfiliana, los 50 del Cigueñí y los 40 del Zalabí. De hecho, en la zona la presencia castellana se reducía en buena medida al personal eclesiástico ligado a las parroquiales establecidas en 1505 tras las conversiones mudéjares. Aunque el papel de la familia Habaquí no debió ser muy importante ni en la conquista en 1489 ni en las conversiones de 1500, lo cierto es que hubieron de actuar a favor de los castellanos, ya que en la época morisca aparecen como alguaciles de su localidad.
En época nazarí los alguaciles eran unos oficiales subordinados que tenían competencias de justicia y de administración fiscal, teniendo un papel muy secundario en las capitulaciones de conquista frente a los cadíes y alfaquíes. De hecho, van a ser los castellanos los que van a potenciar la figura del alguacil, tanto en las aljamas de las ciudades como en los núcleos rurales, ya que necesitaban unos intermediarios subordinados que ejercieran la doble función de agentes de la Corona y de representación de las comunidades mudéjares ante las nuevas autoridades. En cualquier caso, esta autoridad de nombramiento real compartió sus funciones de representación de las comunidades mudéjares con los alfaquíes y con las élites mudéjares. Las conversiones forzosas de 1500-1501 van a suponer la potenciación definitiva de la figura del alguacil, que se consolida ya como el representante único de las comunidades rurales moriscas por merced de los reyes. De hecho, mientras que en las ciudades desaparece, en los pueblos moriscos los alguaciles ocupan un lugar básico en la gestión de la fiscalidad morisca. Así, los alguaciles eran los encargados de repartir entre los vecinos, con ayuda de los seises, el montante de la farda, el impuesto específico establecido por la Corona sobre los moriscos, que había recaído en la localidad y para la negociación de cualquier aspecto relacionado con su cobro. Así, en septiembre de 1552, el alguacil de Alcudia, Hernando el Habaquí, acompañado de otros vecinos de la localidad, que actuarían como una especie de consejo restringido, otorgaron poder al colaboracionista Jerónimo de Palacios, regidor de Guadix, para que, en nombre de todos los vecinos de la localidad, solicitara al conde de Tendilla y a los repartidores de las fardas una reducción en el montante del impuesto asignado a la localidad en atención a los daños provocados por el desbordamiento del río de Guadix.
Desconozco si la familia Habaquí recibió la merced de alguacilazgo de Alcudia tras la conquista o tras las conversiones mudéjares. Lo cierto es que en 1547 un Habaquí ostentaba tal cargo al tomar a censo perpetuo unos bienes de la Mesa Capitular del Cabildo Catedral de Guadix en Alcudia, censo que después tendría Hernando el Habaquí como principal heredero.
Sea como fuere, Hernando el Habaquí es un ejemplo magnífico de la disyuntiva que sufrieron la mayor parte de las élites moriscas entre sus deseos de integración y mantenimiento de una elevada condición social, que dependía de mantener su colaboracionismo con las autoridades castellanas, y los de conservar un lazo con su comunidad de origen. Esto último se apreciaría en elementos como los matrimonios con otros miembros de la comunidad morisca, siendo muy escasos los matrimonios mixtos con cristianos viejos, y el mantenimiento de sus antiguos lugares de residencia conviviendo con sus vecinos moriscos para mantener sus lazos comunitarios. En el caso de Hernando el Habaquí se observan estos mismos instrumentos. Así, se casó con María de Benavides, de la que desconozco su procedencia, pero no cabe duda de que sería morisca ya que fue expulsada del reino de Granada después de la rebelión de 1568-1570. Además, buscará alianzas matrimoniales dentro de la comunidad morisca, casando ya durante la guerra a su hija María Habaquí con Luis Abenomar, vecino de Guadix e hijo de Bartolomé Abenomar, alguacil de la vecina localidad del Cigueñí y de sus anejos de Exfiliana y el Zalabí y que de hecho era pariente dentro del quarto grado del dicho Hernando Habaquy, es decir, ambos tenían algún antepasado en común, seguramente alguna de sus abuelas, motivo por el cual para poder casar a sus hijos se vieron obligados en vísperas de la rebelión a conseguir breve de Su Santidad para se poder casar respeto de que son primos hermanos. Por otra parte, mantiene su residencia, pese a su posición de privilegio, en la pequeña localidad de Alcudia, hecho que si bien pudo limitar sus posibilidades de ascenso a una situación de mayor privilegio, sí le permitió mantener el contacto con sus paisanos y dar sentido así a su función de intermediación, de la que dependían, no se olvide, los favores de la Corona y la existencia de unas importantes redes clientelares. Por último, mantuvo un gran apego a sus orígenes y cultura propia, como demuestra el hecho de que, contraviniendo la tendencia auspiciada por la Corona, mantuviera el uso de su apellido musulmán sin sustituirlo por otro castellano o, al menos, por el uso de un apellido mixto castellano-morisco como sí hicieron otros colaboracionistas. Por otra parte, conservó el uso de la lengua árabe, pese a conocer perfectamente el castellano, tanto al otorgar documentos oficiales, como en el ámbito doméstico, indicándolo así el hecho de que en 1570 su hija, al ser procesada por la justicia eclesiástica, requiriera para declarar la intermediación de un intérprete.
En cuanto a su situación económica, ya en su momento el profesor Vincent destacó que las élites moriscas tenían en común una buena situación económica, que posteriormente fueron reforzando a través de alianzas matrimoniales. Este fue el caso de Hernando el Habaquí, que en vísperas de la rebelión disponía de un patrimonio valorado en 500 ducados, es decir, 187.500 maravedíes, y el que sería su yerno, Luis Abenomar, con uno valorado en 800 ducados, 300.000 maravedíes. Aunque pueden parecer cifras modestas, sobre todo si las comparamos con el patrimonio de grandes familias colaboracionistas como los López-Abenaxara, que disponía de unas rentas anuales de 1 millón de maravedíes en el período 1500-1528, se debe tener en cuenta que la cifra se tiene que referir sólo a los bienes raíces y que esas cantidades en el marco de una pequeña localidad como Alcudia le concedían, sin duda, una posición de claro privilegio con respecto a sus vecinos.
De hecho, su patrimonio se veía completado con el arrendamiento y toma a censo perpetuo de bienes de instituciones eclesiásticas para después subarrendarlos a la abundante y productiva mano de obra morisca, en una tendencia que, propia de los cristianos viejos residentes en el reino, será compartida por las élites moriscas. Del mismo modo, en 1556, 1557 y 1558 fue mayordomo por arrendamiento de los bienes de la Obra Pía que el Convento del Parral de Segovia tenía en Cogollos de Guadix, como consta por un pleito de marzo de 1559 entre Hernando el Habaquí y el mayordomo de la iglesias menores del Obispado de Guadix, Diego de Ugarte, por el pago del horno e morales de Cogollos del año de çinquenta e syete e çinquenta e ocho. Esta posición de arrendador en Cogollos, además de los ingresos que supusieran por el sobrecoste de los subarriendos, le permitió ampliar su área de influencia a la citada localidad. El arrendamiento o toma a censo perpetuo de los bienes eclesiásticos se completaba con su ostentación del cargo de mayordomo de la Iglesia Parroquial de Alcudia, lo que le permitía gestionar y controlar sus rentas. La Bula de erección de las iglesias parroquiales de 1505 establecía que los bienes y rentas de las fábricas de las mismas debían ser administrados por un ecónomo o mayordomo elegido anualmente por los vecinos.
La buena situación económica de Hernando el Habaquí, producto de sus bienes inmuebles y del arrendamiento-acensamiento y control de bienes eclesiásticos, se completaba con unas actividades comerciales en torno al ganado y los cereales que motivaron que, en mayo de 1560, fuera acusado por el fiscal del Obispado de usura, ya que vendía estos productos fiados por encima de su precio de mercado. Así, según declaraban los testigos del proceso, Hernando el Habaquí, aprovechando la producción de sus bienes inmuebles, tanto propios como arrendados-acensados a la Iglesia, en los meses previos a la nueva cosecha, cuando empezaba a escasear el grano, vendía trigo a mayor precio que el del mercado, un grano que debían pagar los compradores en agosto, es decir, una vez realizada la nueva cosecha y cuando, por tanto, dispondrían de nuevo de dinero. Por tanto, este pleito muestra claramente la posición de privilegio socioeconómico de Hernando el Habaquí y las prácticas, a veces fraudulentas, que se usaban para consolidarlo, todo ello un elemento común con las élites cristianoviejas.
REPRESENTANTE DE LOS MORISCOS DEL REINO FRENTE A LA REAL CÉDULA DE 1567
En 1566 la política regia con respecto a la población morisca del reino de Granada entró en un camino de no retorno. Como consecuencia de la Junta de Madrid, se aprobó la pragmática de 1 de enero de 1567, que suponía la prohibición legal de todos los elementos diferenciadores de la minoría, no sólo de los religiosos, sino también de los culturales, entendidos por las autoridades castellanas como muestra flagrante de la disidencia religiosa. Frente a ello, los moriscos optaron por los mecanismos tradicionales de presión, realizando súplicas de aplazamiento su procurador general, Jorge de Baeza, y el notable don Francisco Núñez Muley. Al fracasar, los moriscos optaron por recurrir a la nobleza granadina, muy interesada en seguir manteniendo a su productivos vasallos moriscos, y a colaboracionistas moriscos de segundo orden. Así, el noble castellano don Juan Enríquez de Guzmán, de Baza, acudió a Madrid acompañado por Juan Hernández Mofadal, vecino de Granada, y Hernando el Habaquí, alguacil de Alcudia. Pero, ¿cómo explicar que la labor de representación recayera en un morisco que, como Hernando el Habaquí, no destacaba por pertenecer a los grandes linajes moriscos del reino ni a las principales familias colaboracionistas? Creo que la respuesta está en el desprestigio que, ante el pueblo morisco, fueron sufriendo las élites colaboracionistas de primer orden como consecuencia de la contradicción de actuar a la vez como supuestos representantes de su pueblo y también como agentes de la Corona. En su día ya destaqué esta contradicción en el caso de las dos principales familias colaboracionistas de Guadix y su Tierra, los Valle-Palacios y López-Abenaxara. Siendo los miembros de ambas familias seises y repartidores de la farda en la zona por designación castellana, los moriscos no tuvieron más remedio que elegir un procurador, Hernando de Gálvez, que defendiera sus intereses en el reparto del impuesto. Mi hipótesis, por tanto, es que si Hernando el Habaquí fue nombrado representante de los moriscos del reino fue porque éstos ya desconfiaban de los colaboracionistas de primer nivel en su calidad de agentes reales.
Sea como fuere, la participación en esta comisión va a ser fundamental en el devenir posterior de Hernando el Habaquí, en su paso del colaboracionismo a la rebelión. Así, la comisión alcanzó un rotundo fracaso, iniciando, tras el rechazo regio, un periplo infructuoso de varios meses que les llevó a entrevistarse con el cardenal Espinosa en Madrid y con el presidente de la Chancillería, Pedro de Deza, en Granada. Estas negativas continuas, el tiempo que hubieron de esperar sin respuesta y las misivas que recibían de los moriscos describiéndoles los malos tratamientos que recivían de los ministros causarían una negativa impresión en el Habaquí, que se iría decantando hacia posturas más extremistas, como pasó con el resto de moriscos del reino que se vieron ante la disyuntiva de aceptar la pragmática o rebelarse. De hecho, su participación en las negociaciones le supuso sufrir represalias por parte de las autoridades castellanas. Así, según indica Mármol, el Habaquí fue apresado, seguramente al iniciarse la rebelión, porque había ido a contradecir las premáticas a la Corte, e incluso perdió su cargo de alguacil de Alcudia, siendo sustituido por Hernando López de Ayala, un funcionario castellano ligado a la cobranza de las rentas reales, mostrando así quizás una tendencia de las autoridades castellanas a eliminar los últimos rastros de la autonomía de los pueblos moriscos.
En definitiva, la decepción y humillación sufrida por su comisión a Madrid y la presión castellana que le hizo perder su alguacilazgo sobre Alcudia debieron provocar un cambio de actitud en Hernando el Habaquí con respecto a los castellanos. De hecho, el estallido de la rebelión morisca en diciembre de 1568 y la actitud castellana durante la misma le harán decidirse ya por completo por la sublevación.
PAPEL CENTRAL EN LA REBELIÓN MORISCA
Finalmente, la tensión acumulada durante los últimos años estalló en la navidad de 1568 en la forma de una rebelión morisca que, iniciada en las Alpujarras, pronto se extendió al resto de zonas del reino. En el caso de Guadix, en el mismo mes de diciembre se sublevaron las poblaciones de Abla y Abrucena y, ya en enero de 1569, el marquesado del Cenete, situación que aprovecharon las milicias concejiles accitanas para saquearlo. Sin embargo, Hernando el Habaquí no se unió de manera inmediata a la rebelión, sumándose a ella en torno a mayo de 1569, pocos días antes del ataque morisco a la villa de La Peza, ya que, como indica Mármol, se había ido a la sierra estos días, porque habiendo estado preso en Guadix por sospecha de rebelión, o como él nos dijo después, porque había ido a contradecir las premáticas a la Corte, y habiéndole soltado en fiado el corregidor de aquella ciudad, supo que le mandaban prender de nuevo. De hecho, el mismo Habaquí explicó al presidente de la Chancillería granadina, Pedro de Deza, los motivos por los que se sublevó en una carta fechada el 18 de diciembre de 1569. En ella indicaba que se había sumado a la rebelión por los abusos que sufrió por parte de los cristianos viejos, que intentaron meterlo en prisión y le saquearon sus bienes y los de su hermano, y concluía indicando que en lo que tienen por allá entendido que yo lo he hecho mal en renegar de la fe de Jesús Christo, juro por Dios que si con cualquier caballero se hubiera hecho lo que conmigo, aunque fuese christiano viejo de todos cuatro costados, no hubiera parado en el reino de Granada sino pasado a Turquía y renegado de su fe.
Por tanto, la excesiva presión castellana fue lo que motivó la rebelión del Habaquí, que huyó a la sierra acompañado de su familia. Una vez allí, su ascenso en la cúpula dirigente de la rebelión fue meteórico, seguramente gracias al prestigio que había adquirido en su comisión a Madrid para intentar frenar la pragmática de 1567. Así, nada más llegar, en mayo de 1569 entró a formar parte del consejo del rey Aben Humeya y en agosto de ese año realizó un viaje a Argel con la intención de conseguir refuerzos de su rey, Luch Alí, vasallo del Imperio Otomano, volviendo de hecho acompañado por 400 escopeteros dirigidos por el turco Hoscein. Una vez vuelto a las Alpujarras, y sobre todo tras el asesinato de Aben Humeya por parte de Aben Aboo en septiembre de 1569, se convirtió en el máximo defensor en el bando morisco del inicio de conversaciones de paz con los castellanos, tanto por convicción propia como porque éstos intentaron aprovechar sus contactos con las élites cristianoviejas accitanas anteriores a la guerra, especialmente con Hernando de Barradas y Francisco de Molina, para utilizarlo como medio de conseguir la rendición morisca. Así, recién nombrado general del río Almanzora, Baza y Guadix, el 15 de febrero de 1570 Hernando el Habaquí se reunió con Hernando de Barradas en la sierra de Aldeire y el 10 de marzo de ese año en Purchena con Francisco de Molina. En esta última entrevista, Francisco de Molina intentó convencer al Habaquí prometiéndole el mantenimiento de su situación de privilegio anterior al conflicto e incluso su aumento haciéndole entrar en la cúspide de las élites moriscas. Finalmente, el Habaquí prometió conseguir que Aben Aboo aceptara llegar a la paz, promesa que volvió a repetir el 20 de marzo a Francisco de Córdoba. En abril de 1570 los acontecimientos se precipitaron. El 17 de ese mes don Juan de Austria publicó el bando de reducción en Santa Fe de Mondújar y el día 22 Aben Aboo, aconsejado por el Habaquí, respondió a una carta de Alonso de Granada Venegas indicándole que la culpa de la rebelión la tuvieron los consejeros del rey por hacer la vida imposible a los moriscos, porque si los agravios que se hacían a estas gentes se hicieran al más cuerdo hombre que hay en la cristiandad, no se contentara con hacer lo que ellos hicieron, sino que hiciera mucho más, y que se mostraba favorable a continuar los tratos de paz. Estos fueron de nuevo gestionados por el Habaquí, teniendo como interlocutores a Hernando de Barradas, Francisco de Molina, Francisco de Córdoba y otros caballeros, lo que Mármol califica sintomáticamente como negociar por la vía de Guadix.
Cuando las negociaciones de paz se iban encauzando, entraron en peligro por la continuación de las actividades bélicas por parte de las tropas castellanas y porque los moriscos sublevados entendiendo que se trataba de sacar los moriscos de las ciudades de Guadix y Baza, que no se habían rebelado, estaban escandalizados. Esta expulsión, que afectaba también a la población de la Tierra de ambas ciudades, se preparó concentrando a los moriscos en las iglesias y, en el caso de Guadix, en la Alcazaba. En este sentido, en una nueva entrevista entre el Habaquí y Barradas en el castañar de Lanteira el morisco le indicó que si se detenía la expulsión se comprometía a conseguir la rendición morisca. La respuesta de don Juan de Austria fue positiva, no siendo de hecho expulsados los moriscos de Guadix hasta noviembre de 1570, coincidiendo con la expulsión general del reino. Esta preocupación prioritaria del Habaquí por la suerte de los moriscos de Guadix y su Tierra se explica no sólo porque entre ellos estarían sus familiares y amigos, sino también porque sería consciente que una vez expulsados sus congéneres no tendría sentido que la Corona siguiera contando con él como interlocutor, razón de su situación privilegiada y de su misma permanencia en el reino.
La paralización de la expulsión de los moriscos de paces accitanos permitió que las negociaciones de paz siguieran adelante y el 13 de mayo de 1570 se reunieron en Fondón de Andarax los moriscos, representados por el Habaquí, los alcaides moriscos y los generales turcos, y los castellanos, representados por Alonso de Granada Venegas, otros caballeros, los eclesiásticos de origen morisco beneficiados Torrijos y Tamarid y el colaboracionista accitano Hernán Valle de Palacios. En esa reunión los moriscos accedían a reducirse a cambio de poder permanecer en el reino de Granada con las provisiones antiguas, es decir, el estatus anterior a 1567. Don Juan de Austria respondió que trajeran poder de Aben Aboo y que sus peticiones fueran recogidas en un memorial en forma de suplicación, es decir, que no se tomaba una resolución inmediata al respecto, sino que se esperaba a la voluntad real.
Finalmente, el 19 de mayo de 1569 volvieron a Fondón el Habaquí y los demás alcaides moriscos, y entregaron sus poderes y memoriales a Hernán Valle de Palacios para que los entregase a don Juan de Austria. El acuerdo final estipuló que los moriscos se rendirían y serían bien tratados por los castellanos, aunque serían expulsados de las Alpujarras. Admitido el acuerdo, el Habaquí solicitó un trato de favor para él mismo y para Aben Aboo y el resto de dirigentes de la rebelión, cosa que le fue concedida por don Juan de Austria como agradecimiento por la reducción. Tras firmar el acuerdo y realizar la ceremonia pactada, Hernando el Habaquí permaneció en campo cristiano tres días más, marchando el 22 de mayo a dar cuenta del acuerdo a Aben Aboo y al resto de caudillos.
El 25 de mayo, festividad del Corpus Christi, volvió el Habaquí al campo cristiano, trayendo el consentimiento de Aben Aboo, entregándole don Juan de Austria el bando confirmando el acuerdo. El Habaquí, por su parte, se comprometió a conseguir embarcar para Berbería a los turcos y berberiscos, que constituían el grupo más reacio al acuerdo, e incluso se ofreció a conseguir la reducción de los moriscos aún rebeldes en Ronda y Marbella. Por tanto, el trato de favor que le habían dispensado las autoridades castellanas y las relaciones retomadas con sus élites, hicieron que el Habaquí retornara a la senda del colaboracionismo.
El embarque de las tropas turcas lo consiguió el Habaquí a principios de junio de 1570. Sin embargo, la llegada de nuevas fuerzas de Berbería hizo que Aben Aboo cambiara de parecer, factor al que contribuyó su desconfianza hacia el Habaquí, al que acusaba de haber sido el protagonista de la reducción con el objetivo de conseguir honra y provecho para él y sus deudos. Así, empezó a denunciar al Habaquí frente al resto de moriscos indicando que había mirado mal por el bien común, contentándose con lo que solamente don Juan de Austria le había querido conceder, y procurando el bien y provecho para sí y para sus deudos, cuando en realidad, según Mármol, su fin era, viendo al Habaquí hecho tan señor del negocio de la redución, quitárselo de las manos y hacerlo él, para asegurar más su partido con servicio tan particular. Evidentemente, el Habaquí se dio cuenta de este cambio de postura de Aben Aboo, por lo que se ofreció a don Juan de Austria para entregárselo, de grado o por fuerza, para lo cual éste le concedió 800 ducados de oro con que levantase cuatrocientos moros de quien pudiese tener confianza para el efeto que decía. Así, volvió a Bérchul para sacar de allí a su mujer e hijas y llevarlas a Guadix antes de realizar el golpe, cosa que aprovechó Aben Aboo para asesinarlo. Para no comprometer el proceso de reducción, que pasó a gestionar él mismo, encubrió su muerte, tanto a su familia, a la que permitió que se fuese a Guadix diciéndole que no tuviesen pena, porque él le tenía preso y brevemente le soltaría, como a los castellanos. De hecho, éstos no descubrieron la muerte del Habaquí hasta que el 30 de julio de 1570 don Juan de Austria envió a Hernán Valle de Palacios a entrevistarse con Aben Aboo con el objetivo principal de averiguar lo sucedido. Cuando el colaboracionista accitano volvió a Guadix el 5 de agosto, trajo la noticia de la muerte, rompiéndose al instante las negociaciones de paz y reanudándose la guerra.
Muerto el Habaquí, fue su familia la que sufrió tanto la presión religiosa castellana como la expulsión. Ya he indicado que, según Mármol, la familia del Habaquí marchó a Guadix en junio de 1570. Sin embargo, al menos su hija María Habaquí y su marido Luis Abenomar, estaban ya en la ciudad en mayo de ese año, cuando bautizaron en la Iglesia de Santa Ana a su hijo Rafael. Ambos se habían casado durante la guerra según el rito musulmán, por lo que en octubre de 1570 fueron procesados por la Audiencia Episcopal de Guadix, que los condenó al pago de una multa de 4 ducados y ordenó que se casaran por el rito católico.
En cuanto a la expulsión, la mujer del Habaquí, María de Benavides, y su hija y yerno fueron expulsados a la ciudad de Jaén, donde recibieron unas pensiones por parte del rey en 1574, como agradecimiento a la labor de su marido y padre en las negociaciones de paz.
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